sábado, 27 de septiembre de 2014

No rasques mis alas, que me duele.

Yo no entendía si él entendía.
Quería gritarsélo, llorar frente a él, quebrarme de las muchas formas en las que me quebraba cuando él no me veía.
Quería presentarle todos los demonios que había dentro de mí, todos esos que él jamás había visto ni de lejos.
Quería decirle que era tiempo de dejar de hacerlo, que necesitaba detenerme.
Que en estos días el se había vuelto más que una cura; la misma droga que me mantenía sedada, dormida, extasiada. Quería decirle que su presencia comenzaba a hacerme más mal que bien, que era demasiado débil para dejarlo ir.
Quería decirle que lo necesitaba, quería volverme polvo frente a sus ojos deseando que no fuera lástima lo que el sintiera.
Deseaba tanto que llegara el día en que el notara toda la gama de colores que él causaba en mí, que por primera vez me mirara y me dijera que todo había sido una mala broma, que se ríera hasta que ambos llorarámos de risa... Por Dios, de verdad deseaba ver que por fin estaba buscando  más que amores ajenos de una noche,  más que amores ajenos de colchón. Quería tanto ofrecerle todo lo que podía, lo que soñaba darle... Dios sabe cuanto le pedía cada noche que ese día llegara, que por fin pudieramos coexistir en el mismo sistema, de la forma en que lo soñaba.

Y yo, estúpida, infantil, con miedos y ansiedades no sabía por donde coño empezar. Ajena, estúpida, silenciosa, llena de secretos... Yo. La que soñaba. La que no sabía luchar. La que de muchas formas se quedaba paralizada ante la competencia. La que NO QUERIA ser competencia. Yo. Esa era Yo.
La que admitía no poder continuar.
A la que tú haces polvo cada vez que haces esto. Con cada mentira, cada omisión. Cada competencia. Ya no me destruyas.




No rasques mis alas, que me duele.

Yo no entendía si él entendía.
Quería gritarsélo, llorar frente a él, quebrarme de las muchas formas en las que me quebraba cuando él no me veía.
Quería presentarle todos los demonios que había dentro de mí, todos esos que él jamás había visto ni de lejos.
Quería decirle que era tiempo de dejar de hacerlo, que necesitaba detenerme.
Que en estos días el se había vuelto más que una cura; la misma droga que me mantenía sedada, dormida, extasiada. Quería decirle que su presencia comenzaba a hacerme más mal que bien, que era demasiado débil para dejarlo ir.
Quería decirle que lo necesitaba, quería volverme polvo frente a sus ojos deseando que no fuera lástima lo que el sintiera.
Deseaba tanto que llegara el día en que el notara toda la gama de colores que él causaba en mí, que por primera vez me mirara y me dijera que todo había sido una mala broma, que se ríera hasta que ambos llorarámos de risa... Por Dios, de verdad deseaba ver que por fin estaba buscando  más que amores ajenos de una noche,  más que amores ajenos de colchón. Quería tanto ofrecerle todo lo que podía, lo que soñaba darle... Dios sabe cuanto le pedía cada noche que ese día llegara, que por fin pudieramos coexistir en el mismo sistema, de la forma en que lo soñaba.

Y yo, estúpida, infantil, con miedos y ansiedades no sabía por donde coño empezar. Ajena, estúpida, silenciosa, llena de secretos... Yo. La que soñaba. La que no sabía luchar. La que de muchas formas se quedaba paralizada ante la competencia. La que NO QUERIA ser competencia. Yo. Esa era Yo.
La que admitía no poder continuar.
A la que tú haces polvo cada vez que haces esto. Con cada mentira, cada omisión. Cada competencia. Ya no me destruyas.